Osario de poemas

Osario de Felipe Ezeiza / Petalurgia, 2022

Qué deleite descubrir la poesía visual y escrita de Felipe Ezeiza, perderme en su imaginario de criaturas misteriosas que conviven con lo humano. Espectros animales que esperan atrapar la belleza que se nos escapa y beben de las tristezas que empujamos en los rincones, o que pretendemos esconder en los pliegues del día; espectros que habitan nuestra sombra y, a veces, nos devuelven el significado de la luz.

Osario de Felipe Ezeiza / Petalurgia, 2022

Cada verso de Ezeiza cuestiona esa apariencia de vida que intentamos sostener en la nada. «Cada verso destruye a su antecesor», pues no hay permanencia en este mundo de fulgores efímeros. Solo la belleza persiste como semilla en lo más hondo.

El poeta teje, así, una realidad de seres imaginarios que desconocen nuestro miedo y nos observan, henchidos de un silencio que manifiestan a través de las formas más sublimes de la naturaleza: «El resplandor que dibuja los límites del silencio enmudece cumpliéndose en un sonido de olas / Voz de mar, niebla de amarillos, los surreales delfines que vuelan al sol».

Osario de Felipe Ezeiza / Petalurgia, 2022

A veces el poema es lúcida sentencia. La verdad centellea en un abrir y cerrar de ojos o en un extraño aleteo que sacude la hondura: «Canta profundo la herida humana»; el dolor es melodía necesaria. Y es que la muerte no se está nunca quieta: «Oleadas de fantasmas y escarabajos hunden sus cuchillos en la garganta del alba». Los huesos ya no se deben a la carne, pues se han vuelto hojarasca, se han secado en los puños caídos del yagrumo; han trascendido lo meramente humano, para convertirse en el humus del poema.

Osario de Felipe Ezeiza / Petalurgia, 2022

Y como es en la palabra, también es en la imagen, pues Ezeiza acompaña sus poemas con ilustraciones que son prolongación de esa exploración poética de lo extraordinario. Pájaros, reptiles casi humanos se funden en coloridas tramas, se difuminan en selvas abstractas, acaso lejanas ciudades pixeladas… Colores-luz desplazan los pigmentos de la tierra, lo orgánico crece en la pantalla como reclamo de vida, para esos otros ojos que también transitan la incertidumbre de saberse reales o acaso parte de un gran sueño.
Leer/ver Osario es, en definitiva, desdibujar las lindes de lo real para dejarse herir por la certeza de una plenitud imposible. ¿Qué nos queda, entonces? En palabras de Ezeiza:
«Pastorear mariposas bajo la lluvia».

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